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No glucosa o resistencia a la insulina

Hace muchos días que quiero escribir sobre glucosa, resistencia a la insulina, y la tormenta de enfermedades que este dúo dinámico nos truena encima, pero las letras se han negado y ellas son totalmente libres; sin embargo, desde ayer las siento ansiosas, como que se están sindicalizando y nadie quiere un montón de letras organizadas marchando dentro de la cabeza. Por tal razón, hoy no escribiré de glucosa, sino de emociones.

Ayer tuve un incidente difícil en la oficina, incómodo, extraño y bastante inusual, que terminó resolviéndose con 300 correos de ida y vuelta en un campo de tenis enlodado y triste; todo está bien, solo un día de esos que nos lanzan retos en forma de curvas.

Lo que me sorprendió, y la razón por la que estoy escribiendo, fue la forma en la que reaccioné. No muchos años atrás esto hubiera terminado de un modo muy distinto. La justiciera, “miss perfecta” (yo), hubiera llevado el asunto hasta un patíbulo rústico, y sí, metafóricamente habría corrido la sangre.

Nada de eso sucedió, y lo atribuyo a mi repoblada flora intestinal, a la forma en la que disipo el estrés, la compasión que he aprendido a sentir por los demás, y el lenguaje interno con el que me hablo. No puedo controlar lo que piensan, dicen o hacen los demás, solo asignar significado y modular la magnitud en la que permito que todo eso me afecte.

No les voy a decir que soy “paz y amor”, y que con dos respiraciones calmé a los 3 caballos que me estaban pateando el pecho desde adentro, porque, además, podrían ir a preguntarle a mi antagónico mortal: mi papá, él les dirá que para nada soy paz y amor. Tengo carácter y siempre he sabido defenderme, pero ayer no me dejé rodar, y tampoco hice rodar a nadie.

Lo que me quedó de todo esto es que las personas damos lo que tenemos: si es amor, damos empatía y compasión, si es odio, damos violencia, excusas y nos comportamos como residentes permanentes de las cavernas. Las personas infelices, frustradas y vacías, castigan con dureza, juicios y críticas a quienes los rodean, porque en medio de ese caos, al menos sienten algo.

Conclusión, estemos presentes y analicemos lo que sentimos, lo que pensamos y cómo nos afecta el significado que atribuimos a las cosas que pasan. Todas las experiencias son formativas, y la vida es mucho más bonita cuando no existimos dentro de una olla de problemas viendo a todos como potenciales agresores. Esto no implica que haya que nadar en un mar de tiburones y ofrecerles el brazo, porque “pobrecitos, ellos también comen”; es solamente intentar rodearnos de personas positivas, sensibles, amables, compasivas, generosas y empáticas: esto hace una gran diferencia y provee una vida más disfrutable e interesante, una en la que tenemos libertad para ser, hacer y sentir, buscar crecimiento cada día, e incluso, sacar el tiempo necesario para escribir sobre glucosa y resistencia a la insulina.

¡Abrazo!

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